Agua de tamarindo marca “Nuevo México”

Ay, güey, una de las cosas que más amo es una lata de té marca “Arizona” o, como me he esmerado en llamarle, una lata de “Narizona”. ¿Me da un Narizona, por favor? Dicha construcción jamás ha despertado la más mínima sospecha en nadie y, en quizá el último vestigio de mi inocencia, me llena de una infantil satisfacción. Reitero en que mis presentaciones favoritas son, a riesgo de sonar como comercial, el té verde con miel y el half and half, té negro mezclado con limonada.

Sin embargo, este amor, como quizá cualquier otro que he sentido, se fundamentó en apreciaciones estéticas más que de cualquier otro tipo. Los tés no fueron siempre mis predilectos, siendo los ¿jugos? los que ocupaban este espacio: mango, kiwi con fresa y morado, el mejor sabor de todos. ¿Me da un Narizona de… morado, por favor? Y la razón de este favoritismo era clarísima: era la única bebida que tenía un cráneo de vaca como atractivo visual. Este motivo competiría contra la mirada del “Delaware Punch” como el objetivamente más cool si no fuera porque, como diría un Luisito Comunica previo a toda controversia, las vacas son chidas.

Pero el tiempo, que vacía los alcázares y enriquece los versos, trabajó también su magia en mí. A mis veintitrés años (edad que todavía me empecino en llamar “el año del mago”, por una mitología propia que me he formulado), sin rumbo claro en la vida, hallaba confort en vindicar mi zigzagueo a través de los libros que leía. Así, con una obstinación más bien fanática, adquirí una obsesión con el Internet y todo lo que eso conlleva después de leer Bleeding Edge de Thomas Pynchon. Los años se han encargado de mermar mi optimismo (o, al menos, de transmutarlo) y no espero ya más del Internet de lo que espero de hablar con extraños en una plaza pública. Es decir, una situación de la que, con un poco de suerte, podría obtener algo pero que preferiría evitar.

Quedan, sin embargo, todavía numerosos vestigios en mis manías personales de esos años funestos. Fue precisamente durante esa pequeña edad oscura cuando comencé a tomar más en serio al microgénero por antonomasia de la Web, el vaporwave. Los adeptos experimentamos el vaporwave como al Espíritu Santo, asimilándolo sin categorías ni cuestionamientos. El vaporwave es. No hay más. Y, así, hay cosas que comparten sus atributos. Qué atributos son estos y porqué nunca queda definido. Es algo que se siente.

El género ha sido quizá el más exitoso de la plétora que pulula de los nichos de Internet: tumblr, reddit, 4chan son sus caldos primigenios y, quizá como el punk rock mismo, es atractivo principalmente a los adolescentes que se encuentran ansiosos de identificarse con algo, no necesariamente de crear algo, de manifestar la disconformidad a través del arte sino de ser parte de algo. Así, la comunidad del vaporwave, paralelo a sus ahora difuntos hermanos, enfatizó la importancia de los tropos, símbolos y motivos o aesthetic por sobre la producción, composición o lírica. Nunca se trató sobre la música, leí en alguna ocasión como respuesta ante una crítica a la abrumadora cantidad de proyectos vaporwave más bien mediocres.

Creo que lo más destacable de esta forma de producción artística fue la crítica al consumo del arte que subyacía bajo ella. /mu/, el tablón de 4chan dedicado a la discusión musical, famosamente tiene una sobrerrepresentación de melómanos por sobre los músicos. Es, pues, un sitio en donde las insignias de honor son cuántos discos has escuchado, qué tan oscuro es el artista y, por sobre todo, si tuviera que ponerlo en una lista junto a otros, digamos, 30 álbumes, qué tan bien se vería. /lit/, de manera análoga, publica una lista cada año de los “mejores libros” según sus visitantes. En los círculos de literatura, la lista es pronunciadamente discutida como un ejemplo del esnobismo literario de quiénes la fabrican. Una lista en la que nunca faltan Joyce, Pynchon y David Foster Wallace no es, quizá, para menos. Sin embargo, una de las críticas más hábiles que hube leído sobre dicha lista toca algunos puntos bastante interesantes:1

[Dostoevsky, Woolf y Joyce] son indicadores inmediatamente reconocibles de dificultad intelectual. Ésa es la razón por la que fueron elegidos. Apuesto a que ni siquiera uno de cada cien de los 4chaneros de /lit/ ha leído Ulyssess de inicio a fin, sin hablar de Finnegans Wake, pero aún así son discutidos masturbatoriamente por su reputación como libros difíciles. […] Es por esto que digo que esta lista es literatura aspiracional para hipsters en potencia. A ellos no les importa la calidad literaria. A ellos sólo les preocupa que se les reconozca por ser intelectuales. Es así como pueden excusar una lista que incluye a Platón pero no a Aristóteles.

Comentario esclarecedor sobre la manera en que funciona el sistema de clases en estos nuevos feudos. Ahora, uno de los atributos más deliciosos de la posmodernidad es la denominada posironía, un concepto que abraza el objeto del que hace sátira. La posironía, contraria a la ironía, conlleva el riesgo implícito, en caso de no entenderse, de ser confundida por sinceridad. Lo cuál no es un problema tanto para el artista como para el espectador. Así, tenemos por lo menos una generación de individuos que consideran que el controvertido Floral Shoppe de Macintosh Plus es una apología del consumismo. Lo cual no podría estar más alejado de la realidad pues varios de los artistas tempranos de la escena del vaporwave pos-satirizaron la hipermercantilización de los medios a través de la glorificación de sus instrumentos.

Pero este mensaje se perdió en algún momento en la retroalimentación por diseño del vaporwave. La noción colectiva que surgió en primeras etapas de reciclar ad nauseam toda la iconografía temprana se pervirtió al grado en el que los nuevos adeptos adoptaban estas imágenes sin previo conocimiento de la crítica con la que se promulgaban, recibiéndolas desnudos y vulnerables a sus influjos que, después de todo, habían sido planificados para apelar a las masas. Quizá el ejemplo más notorio de esto sea, precisamente, la Macintosh, uno de los productos más populares y controvertidos de Apple. Macintosh fue por años el hijo predilecto de Steve Jobs y, por esta misma razón, priorizó popularidad en el mercado por sobre eficiencia. La Macintosh es, pues, un ejemplo magnífico del sistema de consumo que el vaporwave hacía blanco de burla.

Otro de los motivos predilectos por esta nueva generación de aficionados fue la bebida azucarada “Arizona”, específicamente el té verde con miel. Y, ¿cómo no iba a serlo? El diseño de la lata grita vaporwave pero, ¿cómo exactamente? Las flores presentes, que presumo son de durazno o cereza, están claramente inspiradas en el ukiyo-e japonés. Asoman por ahí los kanjis 茶 (té) y otro que presumo significa “verde”. De esta manera, la lata de “Arizona” pasó a incorporarse al catálogo de símbolos usados por los artistas del género. Más aún, es un motivo predilecto para aquellos que satirizan el vaporwave, incluso para aquellos que lo hacen de manera posirónica, sumándose cada vez más prefijos al epíteto.

Como escribió Jorge Luis Borges: Alguien observará que la conclusión precedió sin duda a las ‘pruebas’. ¿Quíen se resigna a buscar pruebas de algo no creído por él o cuya prédica no le importa? Así, la anexión de la lata de “Arizona” al repertorio de los nostálgicos fue justificada a posteriori, su inclusión era inapelable, quizá incluso inevitable. Ciertos atributos circunstanciales, como el precio fijo de la bebida, y su nombramiento como ejemplos de la crítica inherente al capitalismo por parte del microgénero, fueron, me parece, objetados tardíamente.

Entonces llegamos finalmente a México, un país culturalmente ligado al suroeste de Estados Unidos. Los clichés que se utilizan para definir a uno son compartidos con el otro. El desierto, el idioma español y la frontera delimitada por un río sugieren un Ríoplata de ensueño, otra sombra del mismo arquetipo. Y en este otro Buenos Aires, en ese otro Montevideo es en donde las ilusiones viven y sólo se desquebrajan al analizarlas. “Arizona” se produce en el estado de Nueva York. No tiene nada de japonés más que el diseño, que no pocos objetarán como apropiación cultural.

Aun así, los adeptos, miembros de una comunidad después de todo, pueden hallar tranquilidad en la bebida. Soy testigo de ello pues, después de jugar el primer nivel del magnífico Broken Reality me percaté de lo mucho que esa esencia queda capturada en el limitado espacio de una lata de aluminio. Al oír el psst de la lata al abrirse llegan a mí los recuerdos del ya mencionado juego, pero también de inviernos viendo Azumanga Daioh o Nichijou, la poesía de Basho y cómo sólo después de leerla entendí, por fin, de que va un haiku (spoiler, no es nada más una métrica arbitraria) y, por sobre todo, un sueño, un sueño de un Japón (Korea también, por qué no, y en menor medida China) que quizá no existe, que sólo es una fantasía fabricada, uno ese otro que existe y a la vez no, como el cyberpunk, la Web de Timmy Turner o Thomas Pynchon, que es a la vez 4chan y Blade Runner (1982) o The Matrix (1999) y, sobre todo, también ese México, que vive en el inconsciente americano, de burros, frijoles y sombreros, de un desierto que se extiende y sobrepone a la selva y a la tundra. ¿Son ellos, con sus idealizaciones simplistas, diferentes de nosotros fantaseando con una Asia que no existe?

La otra de mis presentaciones favoritas del “Narizona” es el half and half, el té mezclado con limonada, y lo es por la más banal y más significativa de las razones. Ese cóctel es también conocido como un Arnold Palmer. Conocer el nombre es, al fin, conocer. Es establecer nexos en el lenguaje. Es equiparar una cosa a otra. Es construir un puente entre objetos sin relación. Así procede el mítico Borges en su magistral cuento Tigres azules, los tigres azules son tigres por su capacidad de asombrar. El Aleph del Aleph, que nosotros conocemos por Aleph, es un falso Aleph y solamente lleva ese nombre porque comparte un atributo con el verdadero Aleph, que está en una de las columnas de piedra que rodean el patio central de la mezquita de Amr. De esa manera, mientras me construía una mitología personal con base en los libros que leía, “Arnold Palmer” fue el único nexo que pude establecer entre Bleeding Edge (uno de los libros en mi canon personal, que yo llamo vindicaciones) y el vaporwave. Dos cosas que yo sabía estaban intrínsecamente relacionadas y, aunque si bien no nominalmente, fue a través de este enlace ínfimo que pude establecer una conexión. Es, quizá, ése también el fundamento de la web: el hiperenlace y, además, peores consecuencias se han tenido de peores interpretaciones de peores textos. Ésa es mi mitología personal y no es ni más ni menos válida que cualquier otra.

Diciembre 2022